Por José María Amigo Zamorano,
Las Navas del Marqués, 1995
Se fue para conocer otras flores sencillas, sin esconderse entre la fronda lujuriante que las rodea, y volar montado a lomos de raudas libélulas o flotar en la suave brisa de las noches machihembradas donde brota la vida, alumbrado por la tenue luz de millones de luciérnagas, antes de que el tiempo se le acabe.
Desde que años atrás deseó traspasar las tapias del corral donde habitaba la higuera y ésta protestó "frotando la lija de sus ramas", le intrigó ese mundo que surgía milagroso cada nueva primavera.
Quería caminar a la hora del rubor. En el primer relámpago en que la esperanza da a luz, para embriagarse de reconocimientos unánimes.
Era un desafío que se había hecho.
Un día, poco antes del alba, cuando la higuera duerme, profundamente, arropada por "la lija de sus ramas", saltó la tapia y se marchó.
Recorrió las albas de la tierra.
Descubrió que eran gentiles las zarzas del camino; estallaban en abrazos de pájaros cantores y en besos de brisas matinales; en tremendos rugidos de cocodrilos y en traicioneros silencios de culebras.
Nada especial, salvo la libertad lograda de caminar sin amparo y protección. Así circunvenía su anhelo, en soledad y caminando o corriendo en el fulgor inicial, única manera de romper las erizadas alambradas que por doquier se alzan, al parecer eternas.
Continuó, así, al aire libre, como los pájaros. Tuvo que traspasar la niebla, cegadora y atrayente, que le lanzaban como ilusión tramposa y que se le abría como una, única y singular flor gris escondiéndole el horizonte arcoirisado.
Pero no se dejó engañar por el señuelo. Y continuó su camino. Conoció por fin el perfume y el color de las otras flores. Fluyó por los caminos de la vida como el agua por el cauce.
Mas no quiso permanecer entre ellas. Su impulso de volver nació del agua de la vida; de los cauces de la vida. Piensa que fueron trazados, o bien para la desbandada que en carraña se termina, o bien para el regreso, color de la esperanza.
Ha perdido media vida y... ¿qué le queda?... Ya de vuelta, corre a refugiarse en la tenada desde donde antaño divisaba el horizonte que, las tapias del corral, donde moraba la higuera, le ocultaban siendo niño.
¿Por qué, si conoció el perfume y el color de otras flores, le resbaló como el aceite?
Ha visto y ha oído: todo le parece hermoso, cruel y fugaz , como la vida y el vuelo de una mariposa. Se sacude el polvo del camino. Y erguido comienza a caminar por los senderos de su infancia. Contempla las flores, oye con renovado interés a los pájaros y escucha a los hombres, llenos aún hasta las cejas de un montón de telarañas que les velan los innumerables matices de las flores silvestres, traídas por el viento, antaño, desde los más remotos rincones de la tierra.
Se tiende a dormitar a la vera del agua de la fuente y muere.
Las Navas del Marqués, 1995
Se fue para conocer otras flores sencillas, sin esconderse entre la fronda lujuriante que las rodea, y volar montado a lomos de raudas libélulas o flotar en la suave brisa de las noches machihembradas donde brota la vida, alumbrado por la tenue luz de millones de luciérnagas, antes de que el tiempo se le acabe.
Desde que años atrás deseó traspasar las tapias del corral donde habitaba la higuera y ésta protestó "frotando la lija de sus ramas", le intrigó ese mundo que surgía milagroso cada nueva primavera.
Quería caminar a la hora del rubor. En el primer relámpago en que la esperanza da a luz, para embriagarse de reconocimientos unánimes.
Era un desafío que se había hecho.
Un día, poco antes del alba, cuando la higuera duerme, profundamente, arropada por "la lija de sus ramas", saltó la tapia y se marchó.
Recorrió las albas de la tierra.
Descubrió que eran gentiles las zarzas del camino; estallaban en abrazos de pájaros cantores y en besos de brisas matinales; en tremendos rugidos de cocodrilos y en traicioneros silencios de culebras.
Nada especial, salvo la libertad lograda de caminar sin amparo y protección. Así circunvenía su anhelo, en soledad y caminando o corriendo en el fulgor inicial, única manera de romper las erizadas alambradas que por doquier se alzan, al parecer eternas.
Continuó, así, al aire libre, como los pájaros. Tuvo que traspasar la niebla, cegadora y atrayente, que le lanzaban como ilusión tramposa y que se le abría como una, única y singular flor gris escondiéndole el horizonte arcoirisado.
Pero no se dejó engañar por el señuelo. Y continuó su camino. Conoció por fin el perfume y el color de las otras flores. Fluyó por los caminos de la vida como el agua por el cauce.
Mas no quiso permanecer entre ellas. Su impulso de volver nació del agua de la vida; de los cauces de la vida. Piensa que fueron trazados, o bien para la desbandada que en carraña se termina, o bien para el regreso, color de la esperanza.
Ha perdido media vida y... ¿qué le queda?... Ya de vuelta, corre a refugiarse en la tenada desde donde antaño divisaba el horizonte que, las tapias del corral, donde moraba la higuera, le ocultaban siendo niño.
¿Por qué, si conoció el perfume y el color de otras flores, le resbaló como el aceite?
Ha visto y ha oído: todo le parece hermoso, cruel y fugaz , como la vida y el vuelo de una mariposa. Se sacude el polvo del camino. Y erguido comienza a caminar por los senderos de su infancia. Contempla las flores, oye con renovado interés a los pájaros y escucha a los hombres, llenos aún hasta las cejas de un montón de telarañas que les velan los innumerables matices de las flores silvestres, traídas por el viento, antaño, desde los más remotos rincones de la tierra.
Se tiende a dormitar a la vera del agua de la fuente y muere.