lunes, 19 de noviembre de 2012

Yanuva León: Tengo norte de cangrejo (*)


Yanuva León (El Hatillo, Miranda, 1983)

El poeta Iván Cruz (Ciudad de México, 1980) nos presenta una muy valiosa selección de poetas venezolanos de las últimas promociones, la poesía que se ha escrito durante el gobierno de Hugo Chávez. Asimismo nos ofrece una nota introductoria para acercarnos a esta importante tradición lírica.


Tengo norte de cangrejo y una ridícula sonrisa fuera de

tono, esta cápsula comprada a fuerza de párpados cerrados

es un grosero perfume para vomitar flores plásticas, detrás

la tierra andrajosa se llena de piojos, rastro de uñas en la pared,

agua sucia en las miradas, niños al ajillo en el último banquete

imperial, mar abierto al pez muerte, ajedrez perpetuo en el

jaque, carroña esperanza en muebles de rey, detrás dios abierta

la boca se ríe de Chaplin, tosen los pájaros con rigor de fin en las

plumas, un televisor con piernas de hembra coquetea con las

últimas neuronas y aquí burbuja procaz estos cuentos repulsivos

de palabrotas acartonadas, una promesa envejecida vierte talco

en la letrina, fórmulas de tinta resuelven la ecuación-mundo en

treinta tomos, es mejor un brocado luengo grita sin pudor un

maldito sabio parapeto, óperas, gritos, gaudeamus, pan roto.

Mientras la realidad huele a majada yo pensé en mariposas y en

ti, que no me conceda nadie el perdón.

(*) Título nuestro

viernes, 21 de septiembre de 2012

Pablo Neruda: A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de españa (*)


Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías, 
pastor de cabras, tu inocencia arrugada, 
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado 
sobre los montes, y en tu máscara 
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.

También el ruiseñor en tu boca traías. 
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo 
de incorruptible canto, de fuerza deshojada. 
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pòlvora 
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando 
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes 
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul. 
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho, 
te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya, 
ni raíces tan duras, ni manos de soldado, 
ni he visto nada vivo como tu corazòn 
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño, 
inundado por gérmenes de trigo y primavera, 
arrugado y oscuro, como el metal innato, 
esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te 
buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte. 
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos 
que se despeñarán sobre el pecho de España 
aplastando a Caín para que nos devuelva 
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre. 
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día. 
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre 
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos 
de perra, silenciosos còmplices del verdugo, 
que no será borrado tu martirio, y tu muerte 
caerá sobre toda su luna de cobardes. 
Y a los que te negaron en su laurel podrido, 
en tierra americana, el espacio que cubres 
con tu fluvial corona de rayo desangrado, 
déjame darles yo el desdeñoso olvido 
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.

Miguel, lejos de la prisiòn de Osuna, lejos 
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige 
tu poesía despedazada en el combate 
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa 
construyendo la dulce colmena que cantaste, 
Hungría verde limpia sus graneros 
y baila junto al río que despertò del sueño.

Y de Varsovia sube la sirena desnuda 
que edifica mostrando su cristalina espada.

Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitò tu canto, y el acero
que defendiò tu patria están seguros, 
acrecentados sobre la firmeza 
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca 
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella 
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío, 
no te olvido, hijo mío! 
Pero aprendí la vida 
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas, 
y encontré en mí no el llanto, 
sino las armas inexorables!
Espéralas! Espérame!
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(*) 'Canto general', capítulo 'Los ríos del canto'