miércoles, 19 de diciembre de 2007

Iswe Letu: Felipe Juaristi en 'Epigrama'

Recorrer fatuos caminos
en pos de tortuosa gloria,
afrontar ciego el destino,
convertir aire en memoria,
¿no es, en verdad, desatino?
Dormitar sucios hostales,
andar gastados suelos,
simples hazañas banales.
No he de alzar yo el vuelo
estando en mis cabales.

...

¿Se entiende bien el sentido?... ¿O ha querido acortar los versos para que las sílabas concuerden con el orden métrico establecido? Por ejemplo: "Dormitar sucios hostales" ¿Dormitan los hostales?... ¿Se cansan de recibir tantos visitantes a horas intempestivas?... ¿Se caen de sueño?... ¿Se le cierran los párpados?... ¿O lo que quería decir es que, él, estando en sus cabales, no quería ir de hostal en hostal y andar y andar de un sitio para otro, sin un destino preciso, al albur?... ¿No hubiera sido más claro, más limpio, menos forzado, decir 'Dormitar en sucios hostales' aunque se hubiera aumentado en una sílaba el verso?... Ya en el primer verso escribe: "Recorrer fatuos caminos". Y así, de pronto, nos suena mal la fatuidad de los caminos. Transformar un camino en persona dándoles personalidad engreida, presuntuosa, pagada de si misma, mirando por encima del hombro a los caminantes que se atreven a recorrerlo... como que no, como que nos rechina al oído... Pero dejemos al insigne poeta euskaldun con sus genialidades y olvidemos este epigrama. Cualquier escribiente hace de vez en cuando algún borrón. No puede ser siempre un iluminado poeta. ¡Sería mu aburrido!

martes, 11 de diciembre de 2007

José Mª Amigo Zamorano: La lumbre del hogar de Urbano Blanco Cea

Los vardos del sendero, los poetas del caminar, los romeros (León Felipe, Machado) ven al mundo con la mirada de alguien que quiere echar alguna vez el ancla. Tener un hogar confortable y sentarse junto al fuego del hogar, al abrigo del frío, con rechizos de leña encendidos, al tiempo que acarician a sus lebreles de caza que dormitan acunados por el fuego, por esa lumbre que chisporrotea, ahí cerca. Solo el espíritu inquieto le hace levantarse y proseguir su andadura. Es un mundo visto desde fuera al que las gentes invitan, en un rasgo de hospitalidad, a entrar en la casa.

Allí contemplan el dolor de los hijos por la muerte de sus progenitores. Ven sus arrugadas frentes oscurecidas por la tristeza del ser amado que se ha ido para no volver jamás. El llanto corre de estancia en estancia. Se fue "la fortaleza de la madre" y "la mansedumbre del padre". El fuego también es testigo del dolor. Y testigo de las condolencias de los amigos y vecinos que, a ambos lados del pasillo, se alinean apoyadas las espaldas contra la pared.

En su poemarío 'El Alijar jara en flor', libro de poemas de Urbano Blanco Cea, que ya hemos comentado en otras ocasiones, hay una parte que rotula con el título 'Reunidos junto al fuego (del album familiar)' comienza narrando su dolor en el poema 'Padre contrito' en el que dice: "Miera de hiel incandescente/se desliza corrosiva por mis venas".

Como los poetas romeros (no de romerías) Urbano Blanco Cea regresa de cuando en cuando a la vieja heredad, recuerda el fuego que concita y reune a las familias en momentos transcendentes, y la muerte es uno de ellos; más el fuego es más multilateral, siendo, por ejemplo, testigo de la llegada del abuelo, de la madre, del hermano, del hijo: "Has llegado y parece que se han abierto los postigos" a la alegría, a la risa...

Es lo que él llama "un hogar tranquilo, una casa sencilla"; todo ello recuerdo de los familiares como un bálsamo: "El amor que sabe a luz". Y ante eso el fuego estalla en risas, avivándose y chisporroteando. Podemos decir, como Urbano: "Yo sé bien que tu vida es poesía, un poema logrado verso a beso". "Tu tienes el poder de abrir el aire". Tanto que hasta sabe que "los mayores solo quieren / que alguien les escuche". Y, escuchando, aprender que la vida es lucha.

Los sentimientos se expresan con más claridad en esa intimidad que proporciona una reunión en torno al fuego del hogar. Y aquella mujer, anciana, al que todos escucharon, lo dijo también a la vera del fuego, con claridad meridiana, para que nadie crea que todo es de color de rosas: Mira mis manos, "son manos de bondad, pero por ellos (por mis hijos) dispuestas a luchar, no sé que harían". Y "llegaba el silencio". Los poetas del camino se levantan. Han visto y han oído. Saludan a Urbano Blanco Cea y prosiguen su camino. "Nihil novum sub sole".