Dos de los enemigos más sañudos
son del hombre temor y esperanza;
y por eso los llevo cautivos
y los tengo a prudente distancia.
A este vivo coloso, ya veis,
una torre yo encima le he puesto,
y, no obstante, camina seguro
por abruptos y pinos repechos.
Pero arriba esa diosa que veis
cuál sus alas tan amplias agita,
por doquiera sus ojos revuelve
y de todo provecho concita.
Nimbo y gloria la ciñen a una,
y doquiera difunden fulgor;
que es su nombre Victoria, y preside
todo esfuerzo del hombre creador.
Fausto, 2ª parte, escena II.
Traducción de Rafael Cansinos Asséns
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