Patentes de corso
En las fricciones entre grandes potencias, se han manejado todo tipo de armas y de individuos; de individuos -con cierto poder de convocatoria, claro está- para hostigarse mutuamente. Los Bin Laden han existido siempre. Unos terminan bien y otros muy malamente.
En el siglo XVI, siglo donde comenzó a fraguarse el Imperio Español y otros imperios, las contradicciones ínter imperialistas, impulsaron múltiples formas de acoso al enemigo, utilizando maniobras de una crueldad inaudita; maniobras, muy alejadas de la moral de andar por casa que, como individuos corrientes y molientes, nos vamos dando a lo largo de la vida.
Con el acceso de Isabel I al trono de Inglaterra cambió el rumbo de la política con respecto al Imperio Español. Si con María I había sido de amistad y colaboración, ahora predominaba el enfrentamiento. Para socavar al todopoderoso imperio “donde no se ponía el sol”, por parte del otro imperio emergente, todo valía.
Recordaré a individuos como John Hawkins, que luego desempeñó un papel importante en la derrota de la Armada Invencible; y solo de pasada a Francis Drake, del que todo el mundo ha oído hablar alguna vez en la vida.
John Hawkins conocía el mar al dedillo, igual que el árabe conoce el desierto como la palma de la mano. Su padre había sido capitán mercante que navegó por Guinea. No se necesita mucha imaginación para suponer que, en las largas noches del frío y brumoso invierno, sentados en torno a la lumbre del hogar, el padre, nostálgico, le relataría, con vivos colores, el paraíso terrenal africano incendiado por el sol: el suave movimiento de las palmeras, abrazadas por el día luminoso; los ríos, salvajes e impetuosos, atestados de cocodrilos; allí el valor para atravesarlos se medía en oro, plata, marfil de los colmillos de los elefantes que, innumerables, andaban calmosos por la sabana y otras mercaderías... los propios negros, por ejemplo, doblemente hermosos, por su musculatura y por su buen precio en los mercados.
Pero todo eso, como dicen Mannix y Cowley en su obra Historia de la trata de negros (Alianza editorial, Madrid, 1970) “estaba controlado por Portugal, apoyada por la España imperial. ¡Qué lástima que esa senda de prosperidad se hallase obstaculizada por papistas extranjeros!”
John Hawkins realizó numerosos viajes a partir de 1561. En uno de ellos llevó, como capitan de la Judith, a un joven llamado Francis Drake. En los primeros tiempos, sin ayuda oficial, contrabandeó con pieles, jengibre, azúcar... Naturalmente tenía contactos con el “enemigo interno”; por ejemplo: Pedro Ponte, uno de los gobernadores de Tenerife o Gómez Suárez de Figueroa, señor de Zafra, conde-duque de Feria, embajador de España en Londres y “el grupo judeo-converso”, con intereses en el comercio negrero, de Fregenal de la Sierra (Badajoz), pueblo natal de Benito Arias Montano (humanista que, por cierto, escribiría, en Las Navas del Marqués, el Comentario al profeta Oseas) quien por los años 50 realizó un viaje a Canarias del que nadie sabe a qué.
Luego, ya con patente de corso, John Hawkins abordó embarcaciones, cazó negros, eslavizó tribus, incendió y destruyó poblados, hostigó y intimó a las autoridades españolas cuando no podía vender a gusto. Es decir: implantó el libre comercio a fuerza de amenazas y tiros de culebrina. Y, como Francis Drake, pasó de “honrado comerciante a noble caballero”: es decir: terminó sus días siendo todo un sir, como el pirata Drake, de la Corona Británica.
Otro personaje, de pocos años antes, apenas citado en las historias, fue Juan Florín o El Florentino (Jean Fleury) Pertenece a los albores del Imperio Español, en el reinado de Carlos I.
Durante las guerras franco-españolas(1521-26//1926-29) se sistematizó el ataque corsario al servicio del rey de Francia, Francisco I. Y este es uno de sus corsarios. Su nacimiento, unos lo ponen en Florencia (Italia) y otros en Vatteville-sur-Seine (Francia) Tras este nombre se escondía, al parecer, Giovanni Verrazano, hermano de geógrafo Verrazano al servicio del rey de la Francia. Su campo de “actuación naval” cubría un área entre las Azores, Canarias y la Península; acechaba las embarcaciones que venían cargadas de riqueza de la recién descubierta América.
El mayor triunfo fue hacia 1522: tres carabelas fletadas por Cortés que, por cierto, habían sido maldecidas por los indios, augurándoles un mal fin; llevaban el Quinto Real así como oro, plata, piedras preciosas... algunos indios y regalos para personajes ilustres de la corte. Cerca ya de la Azores, Florín arremete contra dos de ellas. La tercera huye y logra esconderse en la isla de Santa María. Esperó unos días, pero nada más hacerse a la mar, El Florentino, que estaba en acecho, logró rendirla.
En el libro, Piratas en el Caribe (Cruz Apestegui. Barcelona: Lunwerg, 2000) editado primorosamente e ilustrado con numerosos mapas, planos, fotografías, cuadros y una abundante bibliografía, dice que el botín fue enorme: “Ochenta y ocho mil castellanos en barras de oro” amén de joyas y perlas “algunas como avellanas”. El Florentino entregó los mejores tesoros al rey francés, su señor.
“Las autoridades hispanas tomaron medidas inmediatas”. Armó Carlos V una escuadra contra corsarios e, igualmente, firmó patentes de corso. Uno de sus corsarios fue el vasco Martín Pérez de Irizar (Martín de Rentaría) El fin de Juan Florín estaba cercano.
Navegaba, con su patente, Martín de Rentería, entre el cabo de San Vicente y la Península Itálica. En octubre de 1527, Florín se encontró con un barco de guerra de los nueve que tenía el vasco. Se entabló batalla. Hubo 37 muertos y 50 heridos de la parte española. Sin embargo, Pérez de Irizar rindió 3 galeones y tomó 150 prisioneros. Uno de ellos se identificó como Juan Florín y ofreció por su libertad 300.000 escudos.
Ante lo extraño del hecho fue trasladado a la Casa de Contratación de Sevilla. Allí se decidió llevar al preso a la corte para que el emperador decidiera su suerte. Fue delante un mensajero con el informe. Carlos V fue firme en su decisión: que fuera ejecutado allí donde se encontrara con el correo.
El azar, para desgracia de Florín, apuntó a la provincia de Avila: Puerto del Pico, sobre la calzada romana. Le dieron muerte en El Colmenar, actual villa del Mombeltrán.
El poder se defiende atacando; y los individuos aventureros que se unen a él, o luchan contra él, son como juguetes del azar, del destino: unos terminan muy bien: ¡siendo sires!; y otros muy malamente: ¡ejecutados!.
En las fricciones entre grandes potencias, se han manejado todo tipo de armas y de individuos; de individuos -con cierto poder de convocatoria, claro está- para hostigarse mutuamente. Los Bin Laden han existido siempre. Unos terminan bien y otros muy malamente.
En el siglo XVI, siglo donde comenzó a fraguarse el Imperio Español y otros imperios, las contradicciones ínter imperialistas, impulsaron múltiples formas de acoso al enemigo, utilizando maniobras de una crueldad inaudita; maniobras, muy alejadas de la moral de andar por casa que, como individuos corrientes y molientes, nos vamos dando a lo largo de la vida.
Con el acceso de Isabel I al trono de Inglaterra cambió el rumbo de la política con respecto al Imperio Español. Si con María I había sido de amistad y colaboración, ahora predominaba el enfrentamiento. Para socavar al todopoderoso imperio “donde no se ponía el sol”, por parte del otro imperio emergente, todo valía.
Recordaré a individuos como John Hawkins, que luego desempeñó un papel importante en la derrota de la Armada Invencible; y solo de pasada a Francis Drake, del que todo el mundo ha oído hablar alguna vez en la vida.
John Hawkins conocía el mar al dedillo, igual que el árabe conoce el desierto como la palma de la mano. Su padre había sido capitán mercante que navegó por Guinea. No se necesita mucha imaginación para suponer que, en las largas noches del frío y brumoso invierno, sentados en torno a la lumbre del hogar, el padre, nostálgico, le relataría, con vivos colores, el paraíso terrenal africano incendiado por el sol: el suave movimiento de las palmeras, abrazadas por el día luminoso; los ríos, salvajes e impetuosos, atestados de cocodrilos; allí el valor para atravesarlos se medía en oro, plata, marfil de los colmillos de los elefantes que, innumerables, andaban calmosos por la sabana y otras mercaderías... los propios negros, por ejemplo, doblemente hermosos, por su musculatura y por su buen precio en los mercados.
Pero todo eso, como dicen Mannix y Cowley en su obra Historia de la trata de negros (Alianza editorial, Madrid, 1970) “estaba controlado por Portugal, apoyada por la España imperial. ¡Qué lástima que esa senda de prosperidad se hallase obstaculizada por papistas extranjeros!”
John Hawkins realizó numerosos viajes a partir de 1561. En uno de ellos llevó, como capitan de la Judith, a un joven llamado Francis Drake. En los primeros tiempos, sin ayuda oficial, contrabandeó con pieles, jengibre, azúcar... Naturalmente tenía contactos con el “enemigo interno”; por ejemplo: Pedro Ponte, uno de los gobernadores de Tenerife o Gómez Suárez de Figueroa, señor de Zafra, conde-duque de Feria, embajador de España en Londres y “el grupo judeo-converso”, con intereses en el comercio negrero, de Fregenal de la Sierra (Badajoz), pueblo natal de Benito Arias Montano (humanista que, por cierto, escribiría, en Las Navas del Marqués, el Comentario al profeta Oseas) quien por los años 50 realizó un viaje a Canarias del que nadie sabe a qué.
Luego, ya con patente de corso, John Hawkins abordó embarcaciones, cazó negros, eslavizó tribus, incendió y destruyó poblados, hostigó y intimó a las autoridades españolas cuando no podía vender a gusto. Es decir: implantó el libre comercio a fuerza de amenazas y tiros de culebrina. Y, como Francis Drake, pasó de “honrado comerciante a noble caballero”: es decir: terminó sus días siendo todo un sir, como el pirata Drake, de la Corona Británica.
Otro personaje, de pocos años antes, apenas citado en las historias, fue Juan Florín o El Florentino (Jean Fleury) Pertenece a los albores del Imperio Español, en el reinado de Carlos I.
Durante las guerras franco-españolas(1521-26//1926-29) se sistematizó el ataque corsario al servicio del rey de Francia, Francisco I. Y este es uno de sus corsarios. Su nacimiento, unos lo ponen en Florencia (Italia) y otros en Vatteville-sur-Seine (Francia) Tras este nombre se escondía, al parecer, Giovanni Verrazano, hermano de geógrafo Verrazano al servicio del rey de la Francia. Su campo de “actuación naval” cubría un área entre las Azores, Canarias y la Península; acechaba las embarcaciones que venían cargadas de riqueza de la recién descubierta América.
El mayor triunfo fue hacia 1522: tres carabelas fletadas por Cortés que, por cierto, habían sido maldecidas por los indios, augurándoles un mal fin; llevaban el Quinto Real así como oro, plata, piedras preciosas... algunos indios y regalos para personajes ilustres de la corte. Cerca ya de la Azores, Florín arremete contra dos de ellas. La tercera huye y logra esconderse en la isla de Santa María. Esperó unos días, pero nada más hacerse a la mar, El Florentino, que estaba en acecho, logró rendirla.
En el libro, Piratas en el Caribe (Cruz Apestegui. Barcelona: Lunwerg, 2000) editado primorosamente e ilustrado con numerosos mapas, planos, fotografías, cuadros y una abundante bibliografía, dice que el botín fue enorme: “Ochenta y ocho mil castellanos en barras de oro” amén de joyas y perlas “algunas como avellanas”. El Florentino entregó los mejores tesoros al rey francés, su señor.
“Las autoridades hispanas tomaron medidas inmediatas”. Armó Carlos V una escuadra contra corsarios e, igualmente, firmó patentes de corso. Uno de sus corsarios fue el vasco Martín Pérez de Irizar (Martín de Rentaría) El fin de Juan Florín estaba cercano.
Navegaba, con su patente, Martín de Rentería, entre el cabo de San Vicente y la Península Itálica. En octubre de 1527, Florín se encontró con un barco de guerra de los nueve que tenía el vasco. Se entabló batalla. Hubo 37 muertos y 50 heridos de la parte española. Sin embargo, Pérez de Irizar rindió 3 galeones y tomó 150 prisioneros. Uno de ellos se identificó como Juan Florín y ofreció por su libertad 300.000 escudos.
Ante lo extraño del hecho fue trasladado a la Casa de Contratación de Sevilla. Allí se decidió llevar al preso a la corte para que el emperador decidiera su suerte. Fue delante un mensajero con el informe. Carlos V fue firme en su decisión: que fuera ejecutado allí donde se encontrara con el correo.
El azar, para desgracia de Florín, apuntó a la provincia de Avila: Puerto del Pico, sobre la calzada romana. Le dieron muerte en El Colmenar, actual villa del Mombeltrán.
El poder se defiende atacando; y los individuos aventureros que se unen a él, o luchan contra él, son como juguetes del azar, del destino: unos terminan muy bien: ¡siendo sires!; y otros muy malamente: ¡ejecutados!.