jueves, 25 de enero de 2007

VISITA A DÁMASO ALONSO

VISITA A DÁMASO ALONSO

Por Félix Rosado

Año mil novecientos diez y siete:
Vicente y yo, qué gozo este verano,
En Navas del Marqués. Pronto, ¡qué amigos!
Primera vez en aquel día juntos,
Después toda la vida para siempre
.”

Dámaso Alonso

El premio Nobel Vicente Aleixandre encontró su camino en la historia de la literatura en la amistad que nació entre él y Dámaso Alonso en Las Navas del Marqués.
En 1986 –cuando lo pienso aun no me lo puedo creer- tuve la oportunidad de entrevistar a Dámaso Alonso. Fue en su propia casa, en Alberto Alcocer, 23, en pleno centro de MADRID, junto al Paseo de la Castellana. El ilustre poeta se dignó recibirme al segundo intento. En el primero hablé con su ama de llaves, a la que informé de mi interés por la interviú porque yo soy de Las Navas del Marqués y quería conocer más a fondo aquel encuentro, entre los dos grandes de la poesía española del siglo XX, en el verano de 1917.
A mis 22 años me topé con Dámaso Alonso que ya contaba 88. Semanas antes ya le había visto en la Facultad de Ciencias de la Información en unas jornadas sobre la poesía que organizó el Departamento de Literatura, a las que también asistió Alberti –del que guardo un autógrafo como oro en paño- y Antonio Gala. Pero mi interés se centró, sobre todo, en Dámaso.
En mi primera visita, fallida, a su casa, charlé con su ama de llaves, ya digi, y casualidades de la vida –el mundo es un pañuelo- me habló estupendamente de aquel médico que fue don Luís en Las Navas del Marqués, Luís Guerra, al que el Ayuntamiento navero luego dedicó una calle del pueblo. Conocía a don Luís y entablamos una animada conversación para romper el hielo. Transmití mi mensaje para don Dámaso y quedé para volver días después. Y así fue.
La fortuna me sonrió esta vez. Pero no llegué, vi y vencí, no. Llegué, llamé y no estaba… Así que creía que me iba a quedar a dos velas. Decidí montar guardia y no peder la oportunidad de la cita. Sentado en un banco, tiempo después, vi llegar a don Dñamaso. Le abordé y me presenté. Me invitó entonces a pasar a su casa. Un hogar en medio de Madrid realmente apasionante. Un jardín, frondoso y tupido, con el canto de los pájaros –en primavera- separaba este rincón poético, si se me permite la expresión, del ruidoso Madrid.
No puede dejar de mencionar que aquella entrevista se publicaría en la revista navera El Catón, que tuvo una corta pero, todo hay que decirlo, fructífera e interesante andadura.
En ‘Caminar Conociendo’, a petición de su director, José Mª Amigo Zamorano, debo recordar ese episodio que me trasmitió Dámaso Alonso en quizá la última entrevista que concedió, cuando tenía 88 años.
Por aquel entonces, don Dámaso era víctima del tiempo, como todo mortal en este mundo. ‘Bueno, yo tengo ya unos años viejísimos, y tal…’ me contestó cuando le pregunté por sus dedicaciones, sus aficiones y sus actividades. Bastante guerra lleva la gente en el cuerpo cuando se aproxima a los noventa. Era un Dámaso distinto al que acostumbramos a ver aún en sus fotos históricas, en sus escritos, en sus libros…
Encapotado en un abrigo negro, con su sombrero, eso sí que no había cambiado, como siempre, me hablaba con elegancia. Entramos y me sorprendí cuando vi sobre un sofá lleno de carpetas, periódicos, libros y cojines, el último ejemplar que había sacado en aquel año la revista El Catón, con la portada del Santísimo Cristo de Gracia. Supongo que se lo mandaría algún navero, aunque no puedo asegurarlo.
Luego me acompañó a su despacho. Impresionante. Era una biblioteca auténtica. Cuatro paredes, cuatro estanterías llenas de libros. Hasta arriba. Apiñados en las mesas, en los armarios, en repisas, anaqueles, libros por todas partes. En una pared se hallaba el retrato de don Dámaso y en una mesa reposaba un busto también del poeta.
El andar de don Dámaso era cansado y su respiración, forzada. A pesar de ello su fuente intelectual seguía impertérrita. Continuaba trabajando, en la medida de sus posibilidades, para la Real Academia de la Lengua.
Le pregunté por su relación con Vicente Aleixandre. “Nosotros nos pusimos ya en conocimiento y con mucho deseo en… ¿cómo es? Navas del Marqués. Estuvimos ahí todo el verano de 1917 y luego estuvimos otros veranos siguientes, estuvimos allí varios años. Pero luego además nos relacionamos por el invierno”.
Dámaso Alonso recordó que tenía un cuaderno en el escribieron sus primeras poesías. “Teníamos el cuaderno en el que estábamos escribiendo, pero escribía él más que yo, porque yo estuve la mayor parte del tiempo en Alemania”.
En dicho cuaderno estuvieron escribiendo desde 1917 hasta 1923, aproximadamente. “El hizo cincuenta y tantos poemas y yo unos treinta. Pensativo me comentó: “verá, le voy a enseñar el cuaderno”. Se levantó con lentitud y fue en su busca. Pero no trajo el famoso cuaderno que tanto interés despertó en mí: sino un ejemplar de la Academia en cuya portada se leía: “Homenaje a Vicente Aleixandre”.
Don Dámaso empezó a leerme, con una sensibilidad exquisita, un poema en que plasmó sus vivencias al lado de Aleixandre.

Mi amistad con Vicente Aleixandre
I. Desde 1917

Año mil novecientos diez y siete:
Vicente y yo, qué gozo este verano,
En Navas del Marqués. Pronto, ¡qué amigos!
Primera vez en aquel día juntos,
Después toda la vida para siempre.
En el noventa y ocho, del siglo diecinueve
Nacimos. El cumplía sus años en abril,
Yo seis meses más tarde, el mes de octubre.
Por tanto, en el verano, ya en este primer día
Años él, diez y nueve, yo sólo diez y ocho.

Sí, en aquel día hablábamos sin callar un momento
De mil cosas ligeras, variadas, divertidas.
También yo, breve un rato, de poesía hablé.
Asombrado Vicente, de ello usar más me pide
Empezamos a hablar de poemas, de estilos…
Vicente se aficiona, se embriaga: siempre quiere
Complicarse de ideas y leer y aumentarse.

Le presté de Rubén Darío un libro hermoso.
El lee y se entusiasma, y un poco después
(yo no creía hazaña de esta acción imposible)
Empezará él mismo a intentar poesía.

Yo escribí poesía antes, después los dos.
Tuvimos pronto amigos de gran gusto,
Deseosos también de poesía.
Quisimos mucho a dos: dos Álvarez Serrano,
Ramón y Enrique. Ya escribieron poemas
Los dos. Por nuestra parte, yo también
Y Vicente Aleixandre, mejor, siempre mejor.
Ramón nos da un cuaderno. En él los cuatro amigos,
Escribimos poemas: cincuenta y tres Vicente
Diez y ocho, yo; Ramón hizo catorce;
Sólo de Enrique tres. El cuaderno quedó
Siempre en mi casa, con secreto incógnito;
Poesía de Vicente ¡Maravilloso Aleixandre,
De infantil poesía! Son primeros poemas
Distantes aún de las egregias formas
Y lejos de la noche madurez de la vida;
Pero yo con encanto, completa juventud,
Con intento de gracia, amor, penas de muerte
Poesía inicial ¡Será más tarde altísima!

Ahí habló del cuaderno. Se levantó nuevamente en busca de ese manuscrito, ya antiguo e histórico. Regresó con un cartapacio, una especie de bloc con las pastas rojas. En su interior se veían sus páginas amarillentas y desprendidas, por el paso y peso de los años –desde 1917- El tomo, al parecer se lodio a Dámaso Alonso alguien de Las Navas, pero no recordaba quien.
En la portada había marcadas unas iniciales: P.R.S. “Aquí el primero que escribí fui yo”, apuntó. Fuen con un verso de Góngora: Perdidos unos, otros inspirados. Y luego, inmediatamente, viene mi primer poema, se trata de un soneto titulado ‘Atrio’, pero no es muy bueno, no degusta, matizaba el viejo poeta.

Atrio

Esto que ves aquí, versos –cambiantes
Como las horas hacia el mediodía-
Flores de seda son, que un claro día
Cantaron, al pasar, los caminantes.

Mar y cielo se hacían consonantes,
Y un madrigal la luz entretejía,
¡Cielo, mar, luz, la grata compañía,
Los versos juntos y los pies pujantes!

Todo camino tiene acabamiento.
Y, frente al mar (cuando el cenit tocaba
El sol) el nuestro se rompió de pronto.

-Este que miras, puro monumento-
-agua de nieve ya; piedra de lava-,
Queda. Después la niebla y el tramonto.

El cuaderno, repito, ya famoso, no sé si se ha llegado a hacer público. Algo he oído. Pero no estoy seguro de que se haya publicado. Don Dámaso me comentó que se había intentado. Luego perdí la pista.
Con las poesías dispersas y muchas hojas en blanco era una joya histórica, la semilla del nacimiento de la poesía de Aleixandre y de su gran amigo, Dámaso. “El libro este lo he tenido yo casi siempre. Además de mis poemas y los de Aleixandre están los de los dos hermanos Serrano”, me explicaba. Y añadía inmediatamente: “también viene el primer discurso de Vicente Aleixandre… cuando depositamos juntos la poesía escrita en este libro, y la dejamos yéndonos como quien abandona unas últimas rosas o algo que ha pasado…”.
Dámaso Alonso ya no escribía poesía. “Bueno, yo hace año y medio que escribí bastante. Y escribí bastante sobre todo cuando murió Vicente Aleixandre”. De política nada. “No, política no. Yo he publicado cosas de carácter distinto”.
Le pregunté por sus preferencias y la respuesta fue inesperada. No sentía inclinación por sus grandes obras, como Hijos de la Ira, Hombre y Dios o Los Gozos de la Vista. “No, sólo por mis últimos escritos, preferencia a pensar en la muerte y la duda de la realidad”.
Dámaso Alanso, filólogo, poeta, ensayista, crítico y teórico de la literatura entró en las páginas de la Historia de España del sglo XX. De su mano nación Premio Nobel, Vicente Aleixandre. Casualidad o no, aquel encuentro en el verano de 1917 en Las Navas del Marqués abrió una de las bellas páginas de la poesía española de nuestro siglo.
Me despedí de Dámaso Alonso, que gentilmente me prestó el libro de al Academia con el poema de Aleixandre. Luego se lo devolví por correo pensando que había tenido una suerte inmensa por haber entrevistado a un gran hombre.

Félix Rosado es periodista

(EL ARTÍCULO DE FÉLIX ROSADO APARECE EN LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 4, PAGS. 42-43-44. MAYO DE 1995)



DAMASO ALONSO: Poeta, crítico literario y filólogo nacido en Madrid y que perteneció a la generación del 27. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras. Antes de la Guerra Civil española estudió en el Centro de Estudios Históricos de Madrid y participando a la vez en las actividades literarias e intelectuales de la Residencia de Estudiantes donde coincidió con: Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí. Colaboraba en la Revista de Occidente y en la poética Los Cuatro Vientos. Para reivindicar la poesía de Góngora preparó todo un aparato teórico en su edición crítica de las Soledades (1927), cuya fecha de publicación da nombre a la generación de 27. Fue catedrático de la Universidad de Valencia y posteriormente catedrático de Filología Románica en la Universidad de Madrid. En 1945 ingresó en la Real Academia Española, de la que llegó a ser director, y en 1959 en la Academia de la Historia. También recibió el Premio Cervantes.
En Dámaso Alonso confluyen sus tres vocaciones: profesor, investigador y crítico literario, y la de poeta. Como poeta, existen dos momentos bien diferenciados, el de la poesía pura de ecos juanramonianos; a esta época pertenecen Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921). A partir de 1939 y conmovido por los acontecimientos que se viven en España, desgarra el panorama literario con su obra Los hijos de la ira (1944), a la que siguen entre otras Hombre y Dios (1955) y Oscura noticia (1959), dos libros poéticos de ecos existencialistas y donde es visible la influencia de la obra de Joyce. A esta etapa también pertenece la mayor parte de su labor didáctica e investigadora, de la que son exponentes: La poesía de san Juan de la Cruz (1942), Poesía española: Ensayo de métodos y límites estilísticos (1950), Estudios y ensayos gongorinos (1955). En estos trabajos centra su esfuerzo por situar la crítica literaria en el ámbito de la lingüística. Fundó la colección Biblioteca Románica Hispánica y ha sido director de la Revista de Filología Española. Su tarea como académico centró su esfuerzo en organizar encuentros periódicos con las academias americanas para un trabajo común que evitase o retrasara la temida fragmentación lingüística de la lengua española.

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