por Jamal Mahjoub(*)
(*) Este joven escritor sudanés, nacido en 1960, ganó el pasado año el concurso de relatos cortos que organiza el diario británico 'The Guardian' con la obra 'The Cartographer's Angel'. El relato que va a contibuación está tomado de la revista 'Mundo Negro' nº 372 de febrero de 1994.
El gobernador se movía a grandes saltos, de puntillas de un lado a otro, en un intento vano de no manchar de barro sus sandalias de piel de leopardo artificial. Sus guardaespaldas y secretarios personales les seguían. Se inclinaba aquí y allá repartiendo bendiciones entre la gente como un santo y jurándoles que el gobierno haría todo lo posible por aliviar su sufrimiento. A una señal suya uno de sus acompañantes, delgado y con un gran bigote, se adelantó con un portafolios de plástico del que el gobernador extrajo un papel arrugado. La gente escuchó atenta mientras leía, con voz gruñona e indiferente, una larga lista de comida estropeada, de propiedades destruidas y de animales muertos a causa de la riada.
Finalmente, guardó su papel en el bolsillo y concluyó diciendo que nadie esperase recuperar todo lo perdido, pero que, en todo caso, se haría lo posible. '¿Cuánto se tardará?', preguntó una voz tímidamente. El gobernador se encogió de hombros mientras, evadiendo la pregunta, murmuró: 'Ya sabéis que estamos en guerra...'.
(*) Este joven escritor sudanés, nacido en 1960, ganó el pasado año el concurso de relatos cortos que organiza el diario británico 'The Guardian' con la obra 'The Cartographer's Angel'. El relato que va a contibuación está tomado de la revista 'Mundo Negro' nº 372 de febrero de 1994.
Sucedió por entonces, después de las inundaciones, que el gobernador de la región visitó la zona para hacer balance de los daños causados por la riada. Nadie recordaba haber visto antes un gobernador, por lo que había un cierto nerviosismo en la aldea mientras éste entraba en ella en medio del barullo producido por el ronroneo de los motores y las salvas de bienvenida que se perdían en el aire. En realidad, su presencia imponía más bien poco; era un hombrecillo tirando a bajo y medio calvo. La mayor parte del tiempo la pasó debajo de un paraguas, resoplando como una mula vieja y secándose el sudor de la frente con un pañuelo ya empapado. Se quejó del olor en el pueblo y se negó a beber agua que le ofrecían, prefiriendo la que él mismo había traído. Las grandes ruedas de su todo terreno pasaban sobre los restos de la destrozada aldea, quebrado a su paso las que habían sido vigas de los tejados y los huesos de los perros ahogados.
El gobernador se movía a grandes saltos, de puntillas de un lado a otro, en un intento vano de no manchar de barro sus sandalias de piel de leopardo artificial. Sus guardaespaldas y secretarios personales les seguían. Se inclinaba aquí y allá repartiendo bendiciones entre la gente como un santo y jurándoles que el gobierno haría todo lo posible por aliviar su sufrimiento. A una señal suya uno de sus acompañantes, delgado y con un gran bigote, se adelantó con un portafolios de plástico del que el gobernador extrajo un papel arrugado. La gente escuchó atenta mientras leía, con voz gruñona e indiferente, una larga lista de comida estropeada, de propiedades destruidas y de animales muertos a causa de la riada.
Finalmente, guardó su papel en el bolsillo y concluyó diciendo que nadie esperase recuperar todo lo perdido, pero que, en todo caso, se haría lo posible. '¿Cuánto se tardará?', preguntó una voz tímidamente. El gobernador se encogió de hombros mientras, evadiendo la pregunta, murmuró: 'Ya sabéis que estamos en guerra...'.
LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' PRESENTÓ ESTE RELATO EN LA PÁGINA 51 DEL Nº 4 EN MAYO DE 1995 EN UN NÚMERO DEDICADO CASI EXCLUSIVAMENTE A VICENTE ALEIXANDRE
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