Por Jacinto Herrero Esteban
Cuando se llega a una cierta altura en la vida,, la retórica, que llenaba un vacío en la obra juvenil, se ha ido sustituyendo por una desnudez en cierto modo desoladora. Son los libros crepusculares que nos hacen volver los ojos a la obra anterior del poeta y establecer una comparación casi necesaria. ¿Es el mismo Aleixandre el que leí en Sombra del Paraíso y éste de Poemas de la consumación? El mismo Dámaso Alonso de Hijos de la ira y éste de Duda y Amor
sobre el Ser Supremo?
En los Cuaderno de Velintonia el propio V. Aleixandre reconoce que Poemas de la consumación es ‘la visión intensa de la vida y su zumo desde la altitud de la edad’. Pero añade que ‘si exalto la juventud como la única vida pues el resto no es vida, es una sombra o un recuerdo, sin embargo no hay en este libro nada elegíaco, no canta la juventud con acento elegíaco, como en otros libros míos, entre ellos Sombra del Paraíso’. Es decir lo que el lector ah intuido al leer los poemas comparativamente, el propio autor lo ha verificado ya al construir los mismos.
En Dámaso Alonso se percibe un elemento agravante que añadir. Ha visto morir a los amigos y compañeros de generación. Ya no hay lugar para retórica; la vida es esa ‘gran socaliña’ a la que alude en sus poemas. Ni siquiera ya ‘una sombra o un recuerdo’ que decía Aleixandre. En abril del 59, cuando ambos autores están entrando en sus setenta y más años, Dámaso dedica a Vicente un poema irónico y cuajado de ternura a la vez; están entrando en las ‘pompas prefúnebres’, ‘vanidad y similor’. Bajando a un lenguaje desagrrado, Dámaso termina:
‘Vicentico, mi Vicente,
hijito, te dije yo
que esa zorra de la vida
nos la jugaba a los dos’
Y esa era la ‘gran socaliña’, el engaño de haber vivido.
Duda y Amor sobre el Ser Supremo va precedido, en la obra completa, del poema Mi amistad con Vicente Aleixandre que Dámaso leyó en el homenaje que la Real academia tributó a Vicente tras su fallecimiento. Se recuerda allí su primer contacto en Las Navas del Marqués.
“Año mil novecientos diez y siete:
Vicente y yo, qué gozo este verano,
En Navas del Marqués. Pronto, ¡qué amigos!
Primera vez en aquel día juntos,
Después toda la vida para siempre.”
Toda retórica ha desaparecido; el lenguaje coloquial se ve levemente forzado para ajustarse al endecasílabo. Nada más. A lo largo del poema una historia de amistad; el poeta cuenta, no canta. Dice y dice su pasado, una sombra. ¿Qué fue de ello? Libros, fama, enfermedades, muerte:
‘Catorce de diciembre,
Año mil novecientos
Ochenta y cuatro: muere.
Yo vivo. Mas quisiera morirme yo con él.
Quizá con alma eterna, sí, quizá,
Podríamos juntar, muertos los dos,
Jugar nuestras ideas y recuerdos.
¡Maravilla, Vicente! ¡Maravilla, Aleixandre,
Qué gozo junto a ti!’
Esta duda, ‘quizá con alma eterna’, nos revela que el poema es posterior a Duda y Amor sobre el Ser Supremo, cuya segunda parte titula Alma eterna y donde los muertos vuelven en su recuerdo lacerante: sus padres, los amigos, los poetas muertos. De nuevo Aleixandre ocupa un lugar preferente: veintisiete versos para evocar al recientemente fallecido. 1917. Las Navas. El cuadernillo en que empezaron juntos sus poemas: ‘mi cariño a Vicente, y el de Vicente a mi’.
Ahora el silencio: José Luis Cano termina Los Cuadernos de Velintonia el 17 de diciembre, nada. También este largo silencio.
Aleixandre había escrito en Poemas de la consumación:
Hace mucho que el frío
Cumplió años. La luna cayó en aguas.
El mar cerróse, y verdeció en sus brillos.
Hace mucho, muchísimo
Que duerme. Las olas van callando.
Suena la espuma igual, sólo el silencio.
Y la ‘alondra’ en Diálogos del conocimiento, último libro del poeta, canta:
Todo está quieto y todo está desierto.
Y el alba nace, y muda.
Pasé como la piedra y fui a la mar.
¿No hay también un tono elegíaco en todo esto? La misma economía y sobriedad de recursos lo acentúa.
‘Preferimos entre las obras de un gran autor –escribe Azorín- las obras de madurez a las de mocedad… Todo tiene su encanto; pero quizá sea el mayor de todos, el más dedicado a todos, ese tono gris, esta sobriedad, esta melancolía indefinible, suave, de las grandes obras crepusculares’.
Y tales creo yo sean éstas de que he hablado, y como tales deben leerse.
Jacinto Herrero Esteban
Ávila, 15 de marzo de 1995
Jacinto Herrero Esteban.- Sacerdote y escritor, nació en Langa (Ávila) y es prácticamente coetáneo de José Jiménez Lozano, el connotado escritor, también de Langa, aunque quizá no tan conocido como Jiménez Lozano. Eso no quiere decir que su obra literaria sea de menor valor. Don Jacinto ha frecuentado más el terreno de la poesía. Premios: Anthropos, Fray Luis de León...
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