por Alfonso Silván
Aquello que me atrajo de la obra del poeta grecoegipcio Constantino Cavafis cuando me fue posible ponerme en contacto con ella en la lengua en que tuvo origen, el griego moderno, lo fue hasta el punto de hacerme aceptar el compromiso natural que se derivaba de su lectura, es decir, ser traductor de la misma, fue esa voluntad de identificación que allí se ve cumplida entre poesía y vida.
Creo que, como dice M. Vitti, podría hacer suya junto con Sikelianós, aunque diferente se muestre el sendero por el que transita la labor poética del uno y otro, la declaración de "mi poesía soy yo".
Es una autobiografía interior en la que la recepción del mundo, la vivencia de su acontecer, va seguida de su entrega mediante la acción reveladora de la memoria en pugna indeclinable contra la cotidianidad, el afán banalizador de las cosas y de la vida. Es la memoria, develadora en solitario del desapercibimiento, creadora del ámbito donde se citan la meditación y la emoción, abrazando el tiempo hecho instante amplio y lleno de lucidez, quien abrirá la conciencia honda y serena del tránsito. Si hay una señal que oriente la poesía cavafiana es la que surge precisamente de esa pugna por introducir en la obcecación inerte de las horas y las fechas, márgenes anónimos, un indicador más humano que procure la visión precisa, dando cuerpo al cuerpo, de haber vivido; y con todo, a despecho de la trivialidad, de seguir vivo.
Sin concesión a la tregua, la oquedad que permite la entrada del engaño -el error que reduce a la nada- la única acogida será la que reclama el tiempo del rostro reconocible, pleno de si mismo, certero en el alivio y en el dolor, negador del olvido.
Creo que, como dice M. Vitti, podría hacer suya junto con Sikelianós, aunque diferente se muestre el sendero por el que transita la labor poética del uno y otro, la declaración de "mi poesía soy yo".
Es una autobiografía interior en la que la recepción del mundo, la vivencia de su acontecer, va seguida de su entrega mediante la acción reveladora de la memoria en pugna indeclinable contra la cotidianidad, el afán banalizador de las cosas y de la vida. Es la memoria, develadora en solitario del desapercibimiento, creadora del ámbito donde se citan la meditación y la emoción, abrazando el tiempo hecho instante amplio y lleno de lucidez, quien abrirá la conciencia honda y serena del tránsito. Si hay una señal que oriente la poesía cavafiana es la que surge precisamente de esa pugna por introducir en la obcecación inerte de las horas y las fechas, márgenes anónimos, un indicador más humano que procure la visión precisa, dando cuerpo al cuerpo, de haber vivido; y con todo, a despecho de la trivialidad, de seguir vivo.
Sin concesión a la tregua, la oquedad que permite la entrada del engaño -el error que reduce a la nada- la única acogida será la que reclama el tiempo del rostro reconocible, pleno de si mismo, certero en el alivio y en el dolor, negador del olvido.
Desde las nueve
por C. Cavafis
Las doce y media. Velozmente pasó el tiempo
desde las nueve que encendí la lámpara,
y me senté aquí. Quieto permanecía sin leer,
y sin hablar. Con quién hablar
absolutamente solo en esta casa.
La imagen de mi cuerpo joven,
desde las nueve que encendí la lámpara,
vino y me encontró y me recordó
perfumadas estancais cerradas,
y un placer ido -¡qué audaz placer!-
E igualmente me trajo ante mis ojos,
calles que ahora irreconocibles son,
tabernas llenas de ajetreo que se acabaron,
y teatros y café que fueron una vez.
La imagen de mi cuerpo joven
vino y me trajo las pesadumbres,
duelos de la familia, separaciones,
sentimientos de los míos, sentimientos
de los muertos tan en poco tenidos.
Las doce y media. Cómo pasó el tiempo.
Las doce y media. Cómo pasaron los años.
TEXTO APARECIDO EN LA PÁGINA 26 DEL Nº 2 DE 'CAMINAR CONOCIENDO'
No hay comentarios:
Publicar un comentario