martes, 13 de marzo de 2007

ALFONSO SILVAN recita 'Criaturas en la aurora'

En este mismo lugar presentó el número 2 de la revista de nuestra biblioteca el pasado año y las personas que le escuchamos no podemos aún olvidar la conmovedora lectura que hizo de algunos poemas de Cavafis. Es toledano y no madrileño como le presentamos antaño. Catedrático de griego y traductor de Cavafis...) Su traducción al castellano de la obra completa de Cavafis, por primera vez en España, es ya un clásico.



Alfono Silván:
Muchas gracias a todos ustedes por su acogida y especialmente a las personas que han organizado este acto y que han pensado que yopodría aportar algo aunque fuera un grano de arena. Se me ha presentado como traductor y asi me conocen algunos de ustedes ya que me complació colaborar con el anterior número de la revista 'Caminar Conociendo' con esta faceta tan importante en mi vida. La misión del traductor se justifica en tanto que con ella facilita a muchos la aproximación a un texto que de otro modo sería muy difícil aproximarse al mismo y es consecuencia fundamental del amor por la lectura y de la necesidad que se siente de trasmitir, de hacer participar en alguien de una experiencia propia personal. El amor por la lectura de los poetas, entre ellos Vicente Aleixandre, me llevó a hacer participar a ella a cierta persona, un amigo a quien una limitación física le dificultaba la lectura entonces. Como muchos textos todavía no estaban editados en tipo de escritura que permite a quienes tienen esa limitación de realizarla directamente por si mismos. De los poemas que yo leía, en aquel tiempo, para mi amigo se encuentra este que he elegido para leerlo también aquí, para los presentes, para el propio autor presente en nuestras emociones, donde pienso que más le gustaba estar. He elegido 'Criaturas en la aurora' del libro de Vicente Aleixandre 'Sombra del Paraíso' que recordamos en este homenaje al poeta, no porque sea un poema representativo (que tal vez lo sea) sino por una cuestión afectiva mía. El amor por la lectura de este poema, el alta voz, para compartirla engendraba amor, amor de amigo al realizarla, y ello creo que corresponde plenamente al espíritu de la obra de Vicente Aleixandre. Está en el poema, y en lo que ofrezco en este homenaje como restitución de un fruto que le pertenece en realidad; no es la primera vez que lo leo como homenaje póstumo a su autor: al día siguiente de enterarme de la triset noticia de la marcha de entre nosotros, me levanté pronto y quise entregarle el fruto, su fruto, para el viaje último al mundo de abajo, con un mensaje grabado en la carne: 'recuerda, no beber nunca, nunca de la fuente del olvido, siempre, siempre de la fuente de la memoria'; leí en solitario en voz alta el poema, ahora lo haré aquí:








CRIATURAS EN LA AURORA

De Vicente Aleixandre

Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que con una mano purísima
dice adiós a los hombres detrás de la fantástica presencia montañosa.
Bajo el azul naciente,
entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de candor a la noche,
amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.
Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la hierba apacible ha recibido eternamente el beso instantáneo de la luna.
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable más allá de su misma apariencia.
La música de los ríos, la quietud de las alas,
esas plumas que todavía con el recuerdo del día se plegaron
para el amor como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.
La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.
Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente las laderas, los valles,
los ríos con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez tan íntima,
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.
Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.
Las lenguas de la inocencia
no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales, como el soplo en las frondas.
¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!
Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del soto,
eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas
brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos dorados, recientes, de la vida,
del sol, del amor, del silencio bellísimo.
No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba magia de plumas.
No, no es ahora, cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura pero con un levísimo vapor de ceniza,
cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.
Lejos están las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.
El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.




Vicente Aleixandre


(Del libro 'Sombra del Paraíso')





DE LAS PÁGINAS 17 Y 18 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' NÚMERO 4 DE MAYO DE 1995

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