jueves, 15 de marzo de 2007

Concha Zardoya: 'El poeta canta por todos'

Concha Zardoya: ‘El poeta canta por todos’

En su ‘Historia del corazón’ (1954) –obra extensa y compleja en la que se trasluce el trabajo de varios años-, Vicente Aleixandre abandona el tema cósmico que dominaba en sus libros anteriores y refleja su vivir y, a través suyo, el vivir de todos los hombres. Abarca los ciclos de la vida humana en poemas que recogen recuerdos o vivencias de la infancia, de la juventud (la experiencia amorosa, esencialmente), de la madurez y de la edad última. No es un vivir elementalmente jubiloso, sino conscient5emente resignado a su finitud, transitorio vivir del hombre, transcurrir del hombre en el mundo. El cosmos se asoma solo en este libro como fondo o trasfondo del existir humano, de las edades del hombre. Y cada poema se halla transido de esa conciencia de la fugacidad del tiempo y de la vida. Pero ese transcurrir supone también revivir a través del recuerdo. El poeta en esta ‘Historia’ traza la línea ascendente del vivir que no declina, sino que, por el contrario, llega a culminar en la ancianidad: ancianidad no decadente ni caduca, senectud sabia y plena de conocimiento, de aceptación y no de renuncia. El mundo real no se contrapone al mundo poético ni lo destruye; antes bien lo condiciona. Vicente Aleixandre aprueba ahora lo que es y tal como es. No escapa como los místicos, sino que se reconoce en el mundo y en la multitud. Si no optimismo, su aceptación del mundo, de la vida, del amor, de los hombres y de la muerte, tales como son, trasciende estoica serenidad. Y sólo ellos son para el poeta, prueba existencial, seguro puerto, casi alegre reposo, clara conformidad de ser y haber sido. No huye de ellos, sino a ellos. La visión poética se convierte en realidad y no sustituye a ésta. No hay paraísos ni infiernos al otro lado de la muerte. Y el poeta –el hombre- no renuncia a este mundo: lo acepta como es. Y no trasciende su ser a los demás -¿cómo podría?-, sino que se reconoce parte de ellos: parte de un gran todo. No se trata de una penetración en la multitud: es una compenetración ontológica. Es una comunión integral de la parte con el todo, una coexistencia del hombre –el poeta- con la humanidad toda, una participación en el indivisible vivir. Vicente Aleixandre acepta lo que aparece y tal como aparece. ¿No es esta aceptación una última y sabia forma de vida, una última y sabia forma de arte?
Quisiera destacar ahora un único poema, situado en la ‘Mirada extendida’, segunda parte de los cinco que componen el libro: ‘El poeta canta por todos’. Desde su dolorosa soledad, ve pasar la gran ola de los hombres. Apenas vacila, apenas duda y se lanza al oleaje para dejarse llevar. Se sume, al fin. En la masa, ‘único ser’, y se siente acunado por aquellas olas humanas que, al derivar, le arrastran. Pero él no es algo diverso a esa masa: una misma sangre fluye y refluye de corazón a corazón.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.
Y dentro de ese corazón ya no existe aquel dolor de los días solitarios: voluntariamente, el poeta ha abdicado de él. Ya no sufre. Ahora canta. Y entona el canto de todos, que es también el suyo:
Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos, poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se
ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.
Si, su voz es la tuya y la de todos. Y, a través de ella, todos se escuchan interiormente y, a la vez, oyen la voz del poeta: masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y la voz se brinda a las plantas de todos, como un camino, y en ella se gravan pisadas y pisadas. Y, luego, sube, asciende, corona la montaña. Y allí, en la cima, resuena clamorosa, grandiosa y majestuosamente. Y todos cantan en ella y por ella, en la altura. Y el poeta siente el júbilo de ser tal voz bajo los cielos claros: Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
El canto unánime le conforta y le salva en su soledad y en la derrota del amor, en el desamor. Y deviene el nuevo amor, el nuevo objeto de su existencia: ser ‘el eco entero del hombre’.
Aún resuena hoy, al cumplirse los cincuenta años de la publicación de ‘Sombra del Paraíso’, obra maestra en el patetismo humano se funde con el patetismo de la Creación, envolviéndose en luminosas irradiaciones: mundo en que el poeta se sentía vivir ‘cual ángel desterrado de su celeste origen’.

Concha Zardoya


(En la página 7 de la revista ‘Caminar Conociendo’, número 4 de mayo de 1995)

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