miércoles, 28 de febrero de 2007

SABINO ORDÁS (*) (1): 'Manuel Andújar, la Memoria del Exilio'

Manuel Andújar

Manuel Andujar, la memoria del exilio


Por Sabino Ordás (*) (1)

Recibo carta del joven historiador Paul Preston, con quien tantas horas tengo compartidas por las aulas de Oxford y de Reading. Todas sus misivas inciden de una u otra forma en el tema del exilio, y esconden como una cordial admonición hacia los supervivientes –que nuestra amistad de algún modo le lleva a simbolizar en mí- en el sentido de recabarnos el testimonio total de nuestra información y de nuestro recuerdo, sobre esa etapa sustantiva de nuestras vidas.

Hay un legado vivo, emocional, que hermana el dato elocuente de primera mano y el detalle matizador, y ese legado -me viene a decir Preston- sólo lo detentáis vosotros, y debe verterse al margen de la obra de la creación y de tantas colaboraciones y contribuciones de signo erudito y estudioso, tan imprescindibles también, por el cauce confesional de la memoria.

Su carta coincide en mi mesa de trabajo, aquí en la casona familiar de Ardón, que un día de estos debo decidirme a retejar, porque inminentes amenazas de goteras, con otra de Manuel Andújar, entrañable compañero de tantos avatares por aquellos años de nuestra forzada diáspora.

Y meditando sobre esa invitación animosa de Paul Preston, la personalidad entrañable de Andujar se me vuelve a iluminar –otras incontables iluminaciones las he tenido al devorar sus bellos libros y al departir con él infinitas charlas- desde esa concreta perspectiva en que Preston nos requiere.

Si yo tuviese que citar un nombre capaz de resumir, sobre la experiencia y la confluencia, facetas sustanciales de nuestro exilio, ese nombre sería sin duda el de Manuel Andujar, auténtica memoria de humilde, paciente, generoso y entregado recolector, protagonista y espectador privilegiado de tanta historia general y cotidiana.

Entre todas nuestras particulares memorias podría, por supuesto, contribuir a esa honda y vital memoria plagada de perfiles que, desgraciadamente, se consume con sus protagonistas. Pero yo me daría por satisfecho con que, al menos, una gran memoria individual dejase su testimonio como legado que a todos nos abarca, desde el punto de mira de un horizonte tan amplio como el que Andujar tiene asimilado.

Son largas las referencias de quienes y prolongado han vertido recuerdos sobre esa aventura del exilio, y es, por cierto, bien nutrida de bibliografía que enfoca el fenómeno desde varias perspectivas. Como también es cierto que fenómeno tan amplio y prolongado acaso necesitara de una auténtica institución coordinadora –a modo de instituto de estudios- para promover y compaginar la exhaustiva y global investigación. Tengamos en cuenta, solo como dato meramente indicativo, que el exilio –desde el dramático salto del año 39- se fueron cerca de 80 narradores, cifra mas que suficiente para dejar desarbolado cualquier frondoso panorama literario.


Andujar, con quien coincidí en el campo de concentración de Saint Cyprien, de cuyas concretas vivencias nacieron sus crónicas luego publicadas en México, pertenece a ese estilo de personalidades cimentadas sobre la acción de la generosidad, como si el vuelco a los demás fuese el resorte imprescindible para conocer el mundo y estar en él. Y esa disposición que ostenta la contrapartida de un rigor visceral hacia lo que uno hace, hacia la propia obra, se traduce –como no puede ser de otra manera- en una dimensión humana abierta y acogedora, de esas a las que se recurre con el convencimiento del consuelo y la comprensión, del ánimo y confidencia.


Yo recuerda algunas horas compartidas en la redacción de ‘Las Españas’, la revista que fundara José Ramón Arana, horas de tertulia y trabajo, en la capital azteca, donde llegaban, entre otros, Anselmo Carretero, Pepe Puche Planas, Mariano Granados y Eduardo Robles. Y las recuerdo con la insistencia de un hormigueo emprendedor, con Manuel Andujar, contabilizando presencias tempranas y lejanas, ausencias irremediables, repasando el fichero mental de sus multiplicados conocimientos sobre el exilio, acariciando el cauce de conjunción que la revista suponía.

Pienso que Andujar, que ha cultivado su obra de creación con un rigor sin paliativos, eligió un camino mucho más generoso hacia los demás que para si mismo. Su obra ha ido saliendo al exterior –y encontramos las valoraciones que se merece, aunque acaso no todavía con la profundidad necesaria- como con el esfuerzo que por si misma ha tenido que invertir para desbordar una excesiva humildad y una excesiva autocrítica.

No pretendo repasar ahora ese claro y original legado que es la narrativa de Andujar –tan sutilmente matizada por su poesía-, pero a nadie se le escapa a estas alturas que el ciclo fundamentas de sus ‘Lares y penares’ se sitúa entre los más grandes y ambiciosos empeños de nuestra novela contemporánea, junto a los equidistantes de Max Aub, Arturo Barea y Sender. Y a todos nos sigue debiendo Andujar –tal vez a los amigos un poco más- esa novela con la que culmina el ciclo ‘Fecha Mágica’, terminada y guardada como a la espera de una misteriosa decantación, actitud muy propia de la exigencia con que él entiende el quehacer literario. Y no sé si él –o algún editor menos ciego que otros-, la edición de los cuentos completos, faceta de su narrativa que personalmente admiro sobremanera.


‘Depositario lúcido de la dispersa memoria palpitante, comunicativa’, es una frase de Andujar con la que se refiere al buen amigo Arana en la breve introducción que dedicó a su novela ‘Can Girona’ al ser editada aquí en el 72. Yo quiero repetirla transfiriéndosela a él mismo bajo la estela de este recuerdo común que me sobre viene mientras escribo estas líneas, alentado por ese don de una memoria palpitante, singular e irremplazable, que es la suya. Porque al ser la más poderosa de todas, decididamente es la de todos.



Sabino Ordás



(*)Este artículo apareció originariamente en el diario PUEBLO el 10 de noviembre de 1978 y posteriormente fue recogido en el libro de Sabino Ordás LAS CENIZAS DE FENIX (nota de Luis Mateo Díez)


(1)Creemos que este Sabino Ordás es un apócrifo, invento del escritor Luis Mateo Díez y de sus amigos Juan Pedro Aparicio y José Mª Merino


-De las páginas XI y XII del suplemento FONTANA SONORA de la revista ‘Caminar Conociendo’ número 4 de mayo de 1995-

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